La última decisión en la asamblea de los demonios (Carlos Elías)

 

Los demonios se reunieron al fin. Después de varios intentos de instalar la diabólica reunión, estaban excitados pues eso nunca les había pasado. Sus asambleas siempre habían resultado exactas y perfectas. En esta ocasión no podían hacer Quórum, y eso les impedía iniciar la asamblea y tomar decisiones. Para ser diablos era de preocuparse que se diera esa circunstancia, sin embargo los diablos más sabios y viejos guardaban sepulcral silencio y solo movían nerviosamente sus colas, cosa rarísima también. La verdad que resultaba espeluznante el sonido seco que causaba el golpeteo de las colas negras, largas y peludas en la pared de tono grisáceo, salpicado de rojos brillantes que emulaban lenguas de fuego, lluvia de sangre y humo picante.

El sonido intoxicante y la ambientación del auditorio, no dejaban de causar intranquilidad aún a los mismos diablos, que uno a uno iban llegando a firmar las listas y meter el cacho en la rendija que controlaba las huellas que dejaban con sus cachos pulidos y brillantes. Una vez registrada su presencia, malhumorados, pasaban a contar sobre el atraso de su llegada al infernal recinto..

El escándalo era un sentimiento nuevo para los demonios, pues la maldad que era su giro divino, les daba placer, y su pericia en ello les hacia ufanarse y sentirse con una excelente autoestima; el bien por otro lado nos les producía nada, ni siquiera comezón y sentían los frutos de esa práctica, sin ningún sabor. Era soso el bien, y cuando les tocaba realizar operaciones de maldad que implicaban desatar algunas acciones de bien, normalmente terminaban internados en el hospital del averno, por los vómitos y el mal de ojo que aquella fea práctica del bien les causaba, aún que sea para hacer el mal.

Ver a aquellos demonios escandalizados era horroroso desde un punto de vista humano, pero era verdaderamente tragicómico desde el punto de vista diabólico, pues siendo una especie de enfermedad nueva que se transmitía por la vía de la información, era realmente una tragedia para los severos protocolos de actuación y desempeño de las huestes demoniacas, y era cómico pues las reacciones en cada demonio eran distintas. Mientras unos se devanaban de risa de manera impropia para aquel lugar, otros agarraban un hipo que no los dejaba tranquilos en las sesiones. Otros quedaban sumidos en un mutismo que no presagiaba nada bueno, ya que eso era símbolo de grandes borrascas en el horizonte. Otros diablos quedaban congelados, lo cual era ofensivo en aquel escenario, pues los demonios siempre se caracterizan por la hiperactividad. Esas sensaciones cruzadas y revueltas provocaban un ambiente donde la zozobra, revuelta con azufre, envolvía a aquellos seres en un estado de inexplicable histeria colectiva.

El diablo que acababa de llegar, especialista en maldades económicas y políticas, entró cabizbajo y no quería decir nada. Se fue a ocupar su lugar, pero se sentía perseguido por la mirada penetrante de los demás diablos, y no le quedó más remedio que contarles… puesi, les dijo con la cola entre las patas, yo orienté como me mandaron, y les expliqué cómo tenían que hacer, que medidas económicas tomar, que medidas políticas impulsar y que tenían que decir y cómo justificar, así como hicimos cuando desarrollamos los feudos ¿se acuerdan? o así como desatamos la Revolución Industrial.. ¡Que vergón nos salió aquello!… y yo estaba contento porque todo marchaba bien. La avaricia se estaba entronizando como práctica importante en la población, pero vinieron ellos y mira lo que han hecho. Hasta el nombre le cambiaron a la avaricia, y ahora le llaman búsqueda de oportunidades; y miren que la avaricia la multiplican en escala, y lo peor es que no se tientan el corazón para llevarse entre los pies a otros. Yo no entiendo cómo, pero ahora ellos no sienten que eso es malo, sino que lo ven como bueno y al no sentir en su corazón la alegría de la maldad que hacen, me dejan a mí sin cumplir con el propósito, pues la idea es hacer maldad con placer y con ganas, y sin arrepentimiento. Pero el caso es que hacen las cosas malas y le cambian hasta el nombre para que tenga una connotación buena. Lo hacen de manera natural como si aquello no fuera malo. ¡No sé en que fallamos! yo estoy desalentado, y la pregunta que hago es ¿Cómo voy a llevar la avaricia a la gente?¿ Cómo se las voy a inculcar si ellos ya le dieron vuelta? y lo hacen con tanto tesón y con tanto ahínco que hay unos que hasta hablan de emprendedurismo, y hablan de responsabilidad social empresarial. Y hablan de valor compartido. Y hablan tantas maravillas que hasta a mí me marean, y yo ahí cada vez me siento inútil y ya no tengo motivación para seguir con la gran misión diabólica de entronizar la avaricia en la humanidad, si ellos nos han quitado esa bandera de acción. Los gemidos y lloriqueos de aquel demonio eran desgarradores.

Todos los diablos comenzaron a chillar y no se rasgaban las vestiduras porque no tenían. Sentían cosas feas en su cuerpo peludo. La comezón les hacía restregarse contra las paredes. Desfallecían y ya no sabían que esperar. Veamos que dicen los demonios mayores dijeron… pero no dejaban de retorcerse y no terminaban de asimilar lo que les acababa de referir el demonio sobre la avaricia. Cuando llegó el demonio especialista en la hipocresía, y entre llantos de estirpe infernal, solo dijo que en lo tocante a él, se daba por jubilado, pues ¿cómo iba a predicar hipocresía, donde todo mundo la asumía como si nada? Y donde cada vez más la desarrollaban con tino y sin ningún esfuerzo, que a él pena le daba el trabajo que le habían dado. Y que conste dijo, que la vergüenza es algo ajeno a los demonios.. ¡Pero miren a lo que hemos llegado!, les dijo con voz trémula a los ahora escuálidos demonios.

Así cada demonio iba contando su fracaso entre los hombres y todos tenían el sentimiento que habían sido superados.

Los diablos viejos y sabios, al ver que al fin hacían quórum, instalaron la reunión y comenzaron. La agenda que en otros tiempos se respetó a rajatabla, en esta ocasión no tuvo la misma suerte y fue una asamblea tumultuosa, y que los diablos mayores solo lograron hacer respetar a fuerza de lúgubres rugidos, y a fuerza de ofrecer transmutaciones angelicales.

Después de sesudas y sentidas intervenciones, tomó la palabra el diablo de mayor investidura, que se notaba por el tono más rojizo de su piel que caía en pedazos, así como por la sanguinolenta saliva que se le escapaba de la comisura de sus gruesos y caídos labios, como por las secas y enormes manos de color cobrizo y piel de sapo, y dijo, mientras todos guardaban silencio: Todos hemos escuchado las vicisitudes en el trabajo que durante la eternidad nos ha tocado desempeñar, y se supone que mientras la humanidad exista nosotros debemos sembrar la semilla de la maldad en todas sus formas, y eso hemos hecho. Y si no fuera por el sentimiento de desventura que se percibe en esta diabólica asamblea, podría decir que hemos tenido un éxito inesperado, pues vemos como la maldad impera por todos lados, aunque se arrope de otros nombres, lo cual en verdad no es más que la especialización de la maldad. Siento decirles que la responsabilidad es nuestra, pero para consuelo de todos ustedes, debo comunicarles el informe que he recibido de la parte celestial, y dice en lo medular así: Cunde el pánico entre las huestes angelicales porque sienten que han sido superados. De buenos que se creen los humanos que hasta juegan a ser Dios y a suplantar a Dios, y que hasta agarran como deporte eso de decidir sobre la vida y muerte de los demás, circunstancia que es propia solo de la divinidad. Manifiestan los clarines del bien que se sienten desanimados y que no saben que hacer. ¡Demonios de esta asamblea! ven ustedes como los humanos han caminado sobre rutas inesperadas por nosotros mismos. Ven ustedes como hemos sido sorprendidos en nuestra mala fé, y los humanos han hecho del mal – y del bien también- una simple operación sin contenido, sin sentido, sin sentimiento, sin el sabor del placer y sin el factor del probable arrepentimiento. Los humanos se han superado a sí mismos y nos dejan a nosotros solo con los colochos hechos, pues técnicamente no pueden ser almas condenadas si lo que hacen, lo hacen desprovistas del sentido del mal y lo hacen solo porque hacerlo les da mayor comodidad. Siendo así, la conclusión a la que hemos llegado es esta: Todos, sin excepción debemos aprender de los humanos a ser malos, porque ellos son muy buenos en ser malos, y nos hemos quedado a la zaga. Hacer la maldad, con esa naturalidad, con que ellos la hacen, sin tener sentimientos de culpa, ha de ser lo más sabroso que hay. ¡Demonios, vamos a la escuela de la maldad, donde los maestros son los humanos!

Aquella reunión, a pesar de no ser concurrida, pues muchos demonios habían quedado en el camino, debido a la maldad humana, chirrió, se estremeció, retumbó con aquella nueva disposición de la asamblea demoniaca. Nunca se había dado tal cosa. ¡Los demonios aprendiendo de los humanos!

(Carlos Elías)