El cuentero (Amellastre)

 

Hacia una filosofía del arte

Descontando las calidades literarias de este magistral cuento del cubano Jorge Onelio Cardoso -máxima figura del criollismo artístico-, me centraré fundamentalmente en el personaje principal, Juan Candela, para tratar de ahondar en la fenomenología del arte encerrado en este microcosmos poético.

A Juan Candela se lo presenta de entrada como el hombre de pico fino para contar cosas, con la cabeza llena de ríos, de montañas y de hombres; ese que no había pájaro en el monte ni sonido en la guitarra que no sacara de su pecho; ese que sacaba la palabra del saco de palabras suyas y lo ataba en el aire con un gesto que cautivaba y adormecía; ese, en fin, que al cantar embotaba los sentidos y tapaba el piso de tierra donde vivía.

Y ese arte lo aprendió Juan con su tío, por aquella época en que todo el mundo pasaba hambre -niñez de Juan-, cuando ya al borde de la muerte lo llamó y le dijo: «A todo el mundo no se le pueden contar ciertas cosas, Juan. La gente se ríe y no cree más que lo que tiene en frente de los ojos, pero tú no eres de esos y yo te necesito ahora para que el secreto no se malogre conmigo». De esta forma, Juan estará investido, desde niño, con la magia y el poder del verbo, con esa disposición maravillosa para cantar cosas. Pero será, precisamente, esta condición privilegiada la que se convertirá en desventura para Juan.

¿Por qué? Muy sencillo. Al principio Juan es el hombre que embruja y cautiva con su palabra mágica. Todos le creen, le obedecen y le festejan sus historias por muy hiperbólicas que parezcan. Pero llega un momento en que empieza a despertar la conciencia que ha estado alienada con la mentira bien presentada y se rebela hasta el insulto, porque como se dice en el cuento, «a un hombre se le puede aguantar una mentira por ser la primera, otra por decencia, pero la tercera suena como un bofetón y ese hay que contestarlo enseguida». En este movimiento dialéctico de la situación Juan -verdad y Juan -mentira, se encuentra la máxima tensión del cuento. Y por tanto, la clave para su significación.

Luego de esto, Juan se desata en improperios, que no son, en el fondo, más que una sabia lección contra la ignorancia y el analfabetismo: «Bestias, nada más que bestias mal agradecidos… ¿Por qué quieren ahogarme el poder?. Ustedes no ven más allá de sus narices. ¿Quién va ahora a darle vida al tiempo muerto?. La caña seguirá creciendo y la hierba dando guerra… y no vamos a oír más que la guitarra del mayoral en su vivienda… y ustedes ahí con lo pobre de sus recuerdos y mi cajón desocupado siempre». Nuevo momento de tensión que hace que los amigos-enemigos de Juan reflexionen y se disculpen apelando a sus escasos conocimientos del mundo, a sus estrechos horizontes. Es entonces cuando uno de ellos le manifiesta a Juan su comprensión del sentido de sus invenciones fabulosas: «Hay muchas cosas que son y sin embargo no parecen, Juan, y usted es eso: una cosa que tiene que ver con el sol y las estrellas, una cosa que es aunque no lo parezca. Algo seguramente fuera del tiempo, del barracón y del mundo». ¿No se expone en estas palabras una filosofía de la obra de arte? ¿No es acaso Juan el niño que en la fantasía se inventa unos padres más bellos y más buenos que los que tiene? ¿No es esto mismo lo que hace el poeta al forjar una realidad ideal para hacer una vida más vivible, más humana, más bella, y, en una palabra, para que la gente de vuelta abajo se concilie con la de vuelta arriba?

Esta paradoja o utopía de los artistas, muy parecida a la que hacen los «loteadores de paraísos y nirvanas», como lo dijera Jorge Zalamea en su famoso «sueño de las escalinatas», parece ser la esencia de ese fabuloso desborde de la realidad que hacía Juan para «alegrar el tiempo muerto» de las gentes del campo.

¡Que la candela verbal de Juan siga alumbrando caminos para que al fin se comprenda que «hay que creer en algo bonito aunque no parezca», y así se prolonga el tiempo de nuestra existencia!.

(Amellastre)

El trompo de bejuco (Amellastre)

 

La idea, o mejor la mentira, fue de mi padre. Dizque cortar el bejuco más grueso, de capitana, o de copé, creo. Aunque mi anhelo era el de totumo. Blanco y zumbón. Y tuve mi trompo, y eso colmaba la incipiente fantasía infantil.

Después, a jugar…¡A picar! ¡A zumbar! ¡A vaquear! Todo un ritual de mañas. ¡Vuelos de la agresión! ¡Pretextos de la ebullente virilidad!

Allí, en la raya, en la olla de lo siniestro, en el negro horno del acaso, todo se jugaba. Algo más que la simple apuesta.

El trompo hacía sus gracias. Sus piruetas aéreas. Sus enredos rítmicos… Y a Narciso le salían las barbas, pues tras el baile sereno o del desconcierto salticón,  se emplumaban los sueños.

¡Sueños de arena! ¡Silbos del curricán! ¡Ancestral culto sin palabras! ¡Loco embeleso de la mona de quiñar!

¡Ah secreta belleza! ¡Bendito trompo «de bejuco»! En cada giro, un pique a la vida, y en tus puntillas, ¡un quiño para Eros!

(Amellastre)

Y tú querías esas letras

pandilleros, maras y realidades

photo by Victor J. Blue

Y tú querías esas letras, todas,
en tu cuerpo y tu mundo, todas juntas,
como un símbolo, como un dato
de que la vida te traspasa mientras mueres, mientras sabes que todo
deja su rojo timbre entre sus pliegues, entre todos sus cuartos,
entre todas sus horas,
en la misma miseria que dispuso de un patio gigantesco
para verte correr de los garrotes, a correr de tu padre,
de tu madre y su crack entre los dientes,
de tu hermano que había cosechado fracasos.

Pero tú no sabías de las rejas,
del *tabo que te deja cagando en los rincones
con un temblor de días, de años rotos,
de pez que se estremece porque sabe
que no tendrá jamás una tranquila
y luminosa noche que lo cubra;
tú no supiste nada de los otros, de los que transitamos por la muerte
con un beso de sangre en nuestras jackes.

Pues bien,
que nos grite el recuerdo de tus tripas al aire,
de tu falta de tino para tocar mujeres, homeboy malo, desnudo de ternura,
que me grite el recuerdo de tu barrio, de mi barrio sin letras,
mi visión de pobreza que destapa unicornios de alcohol en las distancias,
mi caricia de padre que prefiere esconder a su savia, desterrarse en el pecho
de una hembra que sabe lo que cuesta estar viva;
que me grite la sangre entre mis manos
y tu grito y mi grito, danzando en las aceras,
mientras la lluvia borra tu visión de fantasma.

(Ricardo Gálvez)

*tabo=prisión