Justo Mejía. Recreación de su rebeldía
Subió río arriba buscando el origen del mismo. Al ver que era tarde decidió suspender el recorrido y regresó a casa. No le contó a nadie lo que había hecho. De todas maneras las «Alas Blancas» que llevaba eran buena justificación. Su mamá las hizo en sopa de arroz aguado. Suculenta cena. Sí; cena. No iban ellos a respetar el protocolo de comidas si solamente aquello había para cenar.
No concilió el sueño. Pensando y preguntándose de donde venía el río. No tenía valor de preguntarle a alguien, pues siempre que preguntaba cosas le replicaban con un cállate bicho loco, vos solo tonteras decís. Aunque aquello para él no era tontera alguna. Al fin y al cabo de un lado tenía que venir el río y él quería saberlo.
Al día siguiente aprovechando que era domingo, agarró de nuevo río arriba, esta vez llegó más lejos, pues conocido el camino se detenía menos y avanzaba más… en un momento el hambre le apretó, pero aquellos parajes daban lo suyo y entre mangos sazones, marañones y motates de los piñales, mitigó con creces el pedido del estomago que, dicho sea de paso, estaba acostumbrado a poco alimento.
Pero pasó lo mismo de nuevo y la tarde apareció, amenazando devorarlo. Decidió suspender de nuevo y bajar por la ribera del río, hasta la casa. Ahora llevaba cangrejos y pepescas que, aunque le había quitado tiempo apresarlos, le permitían justificar sus largas ausencias de casa.
En la casa, más bien le ensalzaban por ser un buen proveedor y no le ponían atención a nada más. Él se acostó pensando siempre en lo mismo, y peguntándose de donde vendría el río.
Su padrino era caporal de la finca donde vivián como colonos, y siempre que le veía le daba un par de centavos para los dulces. Había en ese encuentro de padrino y ahijado un cruce de palabras y símbolos, y luego se marchaban satisfechos del deber cumplido, pues en verdad eran buenos cristianos. Al caporal ya le habían comentado de que su ahijado era curioso… y bien sabía él que los que preguntaban por las cosas generalmente terminaban emproblemados.. un poco le preocupaba, pero se consolaba, diciéndose que solo eran cosas de cipotes.
Recorrió el río varios días, y nunca le daba fin, siempre le agarraba la tarde y tenía que regresar sin la respuesta que quería, y en ese afán otras preguntas surgían y la verdad que la curiosidad le picaba y las respuestas no le llegaban, o no le satisfacían. Un día le preguntó a su padrino, agarrando mucho valor para ello, que hacían los dueños de la finca con todo el pisto que ganaban. El padrino quedo descolocado, pues ni él se había hecho semejante pregunta, y solo acertó a decirle… «lo ponen en el banco ahijado, lo ponen en el banco». El caporal se quedó entre pecho y pecho con la misma pregunta y pensaba en su ahijado y sus correrías.
Siendo ya un jovenzuelo, agarró trabajo de peón para ganar algunas fichas, pero no se sentía nada a gusto, pues allá en el fondo tenía la idea que la paga no era nada a todo lo que él producía, sentía que había algo que no cuadraba y no entendía porque, pero sentía una relación entre la pareja de guardias nacionales que había en la finca y esas preguntas que se hacía. Sobre eso a nadie le dijo nada, pues el mismo se sintió afectado por lo que iba sintiendo y comprendiendo y algo le daba cosquilleo aquello; como un presentimiento de que se iba acercando a la verdad de aquellas preguntas que se hacía.
Un día de tantos, en el pueblo escuchó un discurso de unos universitarios, que curiosamente le contestaban las preguntas que él se hacía una y otra vez y que a nadie se las externaba, pues sentía un no sé qué. Sentía que en todo eso había un misterio. Escuchó por vez primera la palabra injusticia. Se sintió identificado con aquello, pues él solamente había escuchado hablar de justicia divina y nada más.
Tenía ya veinte años, la piel curtida, enorme experiencia en el trabajo, mil preguntas en su cerebro, y una fortaleza y tenacidad que le venía de los días aquellos en que caminaba río arriba buscado el origen del río donde se bañaba.
Se acercó con un dejo de timidez al universitario. Lo escuchó hablar y tomó como un tesoro para si mismo otra palabra nueva que le gustó mucho: Organizarse.
Esa palabra le sonaba con un eco infinito en sus pensamientos, por eso buscó y buscó, hasta que pudo organizarse, y una vez en la organización, siguió buscando río arriba, el origen de todo, lo cual le hizo destacarse y convertirse en un dirigente campesino, y procuró siempre llevar esa palabra a la gente. Sin embargo, también encontró respuesta al misterio de la presencia de los guardias nacionales: Una comisión de guardias nacionales lo buscó y lo asesinó; así como lo hacían ellos, con lujo de violencia y barbarie, pues para eso eran autoridad. Desde entonces Justo Mejía, así se llamaba aquel campesino de inteligencia nata, quedó en la conciencia de los campesinos, buscando las respuestas a las preguntas que los inquietan, desde ese espacio que él luchó por instaurar como un derecho de la gente: Organización para luchar contra la injusticia, por eso en esos parajes campesinos suenas los estribillos de Justo Mejía: Acérquese compañero, A reclamar su salario, Porque es lo que exigimos, Todos los revolucionarios, Nosotros lo que exigimos, Salario de 11 colones, Y también lo que exigimos, Arroz, tortilla y frijoles.